Al tomar una conciencia obligada y esencial de mi mortalidad, de lo que deseaba y le pedía a la vida, por breve que fuera, mis prioridades y omisiones se perfilaron con cruel precisión, y fue de mis silencios de lo que más me arrepentí. ¿De qué he sentido miedo alguna vez? De preguntar o de hablar por creer que iba a hacer daño, o a provocar una muerte. Pero siempre nos estamos haciendo daño de una manera u otra, y el dolor termina por transformarse o por cesar. La muerte es, por otra parte, el silencio definitivo. Y puede presentarse en cualquier momento, ahora mismo, tanto si he dicho lo que era necesario decir como si me he traicionado incurriendo en pequeños silencios a la vez que planeaba llegar a hablar algún día, o esperaba a que me llegaran palabras prestadas. Con todo esto, empecé a vislumbrar una fuente interna de poder que deriva de saber que, si bien lo más deseable es no sentir miedo, también se puede obtener una gran fortaleza aprendiendo a analizar el miedo.
Del libro: La hermana, la extranjeraAudre Lorde
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