El autocuidado y cuidado colectivo para terapeutas desde la perspectiva feminista

A lo largo de la historia, los movimientos feministas han hecho énfasis en la exigencia del derecho a una vida digna y libre de violencia.

Una propuesta de tales dimensiones requiere de un posicionamiento político, teórico y metodológico en el que la ética constituye un eje fundamental.

Por esta razón se han propuesto valores como la sororidad o el affidamento, conceptos que describen la importancia de la unión, comunidad y cuidado colectivo entre mujeres; así, es posible incluir al autocuidado como uno de los fundamentos ontológicos de los feminismos.

Los grupos feministas que nos anteceden han desarrollado diversas corrientes de pensamiento que apuestan por la autonomía, transgresión y emancipación de las mujeres de la estructura patriarcal que nos coloca en esa posición de subalteridad.

Las feministas contemporáneas reconocemos que parte de este dominio del patriarcado se ha fundado en una mirada androcéntrica de la ciencia y la historia.

En respuesta se han creado las epistemogías feministas con la finalidad de establecer una base metodológica para la construcción de saberes con un compromiso para el cambio social y para erradicar esas desigualdades en razón del género, clase, raza, etnia, identidad sexual o política.

Desde esta perspectiva se deduce que parte de la desigualdad se ha construido desde hace miles de años, gracias al estereotipo de lo femenino, el cual ha planteado que las mujeres debemos ser seres pasivos ante los hombres; se nos relaciona al espacio emocional que se considera ligado a lo místico y ajeno a la razón, como seres para el cuidado y cuyo espacio por naturaleza es el doméstico.

Este sistema de creencias basado en el estatus y el estereotipo biológico, se ha sostenido a través de la ciencia patriarcal que negó los saberes y el poder de las mujeres desde el sexocidio de la quema de brujas.

Rita Segato* señala que las estructuras elementales de la violencia hacia las mujeres son producto de esa tensión entre el sistema de estatus basado en el estereotipo biológico y el sistema de contrato, que garantiza la igualdad y acceso a los derechos humanos y al ejercicio de la ciudadanía en cada país.

De acuerdo a este análisis, la brutalidad y el número incontable de feminicidios y violaciones en el contexto actual, son parte de una guerra en la que el pacto patriarcal se impone sobre las mujeres y otros cuerpos feminizados.

El trabajo como terapeutas implica ser defensorxs de derechos humanos, porque buscamos proteger de alguna manera ese sistema de contrato que lucha por la igualdad, por la vida y el fin de la violencia; así, es importante que en la praxis de lo psicosocial se revisen los efectos de las dicotomías patriarcales en el sistema de creencias y hábitos contemporáneos.

Por ejemplo, la promoción de lo individual sobre lo colectivo como un valor capitalista para despolitizar, segregar y debilitar el tejido social, o la feminización de los cuidados en razón del estereotipo biológico y de la dicotomía público/privado, en la que se coloca sobre las mujeres la obligación de atender y responsabilizarse de otros y otras a pesar de las implicaciones en su propio bienestar.

La observación de estas prácticas desde una perspectiva feminista interseccional puede potenciar un análisis con una postura política que demuestre que la falta de autocuidado y cuidado colectivo constituyen una repetición inconsciente de las prescripciones del sistema patriarcal neoliberal.

De tal manera el acompañamiento desde la perspectiva feminista debe ser congruente a sus propios valores y establecer medidas de prevención en relación a los cuidados.

Por otro lado, la psicoterapia feminista es una actividad que supone la escucha de testimonios de injusticias y sufrimiento extremo, de manera que tomar conciencia de esa agobiante realidad puede ser motivo de desesperanza, de experimentar la sensación de que toda esta labor no es suficiente, que es necesario aportar más, hacer rendir el tiempo y no tener derecho al descanso, porque esto implicaría complicidad con la estructura de violencia.

Asimismo, conocer las dimensiones de la violencia, desigualdad y sufrimiento, puede provocar culpa y autocastigo, emociones vinculadas con el mandato de ser para otros y otras, la imposición de una abnegación al trabajo similar a la de una madre que sacrifica todo por el bienestar de sus hijas e hijos.

La culpa es una emoción que ha estructurado la subjetividad femenina, obliga a una entrega sin límites, a dedicar la vida a otras personas, a la doble o triple jornada, al sacrificio, al no-deseo, a la pérdida de la autonomía, a la desesperación y a la depresión.

Acompañar para evitar la culpa, o no establecer límites en relación a esta emoción son uno de los grandes peligros de un acompañamiento sin perspectiva feminista, debido a que un trabajo sin descanso multiplicado por meses o años de labor muchas veces se traduce en pérdida de la salud, ruptura de los vínculos, desconexión de la comunidad o de la organización y mucha desesperanza.

Para algunas terapeutas, la labor psicosocial se suma al trabajo doméstico, es una de las múltiples jornadas, un ejemplo adicional a la responsabilidad de cuidados que toma otra dimensión, porque el ser para otros y otras ya no solo abarca a la familia, también a las personas que se acompañan a nivel profesional.

Además, es una acción que en muchas ocasiones se queda en la esfera de lo privado, porque no se obtiene el reconocimiento merecido y la sociedad no valora esta actividad.

La psicoterapia y el acompañamiento psicosocial deben tener una esencia feminista; para tomar conciencia de que la identidad de género que se construye desde el estereotipo de la feminidad tradicional puede derivar en el ejercicio de la profesión con más riesgos, como la pérdida de la salud o de las redes de apoyo en nombre de las creencias que ponderan el sacrificio y martirio de las mujeres para el bien común.

De esta manera, es necesario reafirmar que las terapeutas feministas también estamos sujetas a derechos, somos entes políticos que podemos luchar por nuestras convicciones sin que eso implique inmolarse en la batalla.

Es importante recordar que dentro de las creencias que dan origen a la masculinidad hegemónica, se encuentra el heroísmo, el prestigio y la omnipotencia, valores que a veces se asumen desde una perspectiva paternalista o con intenciones asistencialistas que replican los valores patriarcales.

El autosacrificio no cabe en una perspectiva feminista, porque este posicionamiento representa una opción para vivir lo suficientemente libres para no tener miedo, pero con la conciencia clara de los peligros que acechan en esta estructura patriarcal.

Desde esta perspectiva, las emociones se convierten en aliadas; son una fuente de conocimiento y un elemento para relacionarnos con la comunidad.

La perspectiva feminista y psicosocial implican la expresión de los sentimientos para la resistencia y solidaridad, los afectos son necesarios para la construcción de vínculos y para movilizar a la comunidad.

Los feminismos contemporáneos han desmontado la dicotomía razón/emoción, poniendo en evidencia que el terreno de lo emotivo que durante siglos se describió como una antítesis del razonamiento, puede ser una fuente de poder y conocimiento para responder a las violencias estructurales que nos afectan.

Ser feminista implica esperanza y convicción política, es una práctica que valora lo emocional y corporal como espacios de resistencia política, en los que si se abandona la lucha para tirar el patriarcado unos días o incluso algunos meses, no pasa nada, no se traiciona a nadie, no se venden las convicciones.

Este posicionamiento considera el derecho a descansar y es consciente de las implicaciones de poner el cuerpo en la lucha; para los feminismos, un cambio de rol es un acto de confianza vital para otras construcciones como la sororidad o la colectividad.

Cuando es posible liberarse del trabajo se contacta con la esperanza, con la seguridad de que se puede contar con otras personas, lo cual nos permite expresar aprecio hacia las compañeras y compañeros. Así, se valora el esfuerzo de todas las personas que colaboran directa o indirectamente para que este mundo sea mejor.

El descanso favorece la ruptura con las lógicas neoliberales de auto explotación, competencia o aislamiento; se crea una comunidad más fuerte, atemporal, dinámica y flexible .

En esta transformación lo emocional es político; porque en cada terapeuta requiere de un espacio definido para su propio acompañamiento psicológico, se observan los vínculos y las identificaciones; esta escucha conecta, permite que se expresen miedos y que éstos se metabolicen.

Verbalizar los sentires permite construir autoconocimiento, lo cual resulta fundamental para el acompañamiento en casos de violencia, porque evita el síndrome de desgaste por empatía y el Síndrome de Burnout; favorece la toma de decisiones en los procesos, como considerar el cambio de actividades o canaliza los casos en los que la escucha duele o atraviesa nuestra historia.**

Asimismo, el cuidado emocional de las terapeutas visibiliza los impactos de las violencias y su dimensión estructural, cuando reconocemos el miedo o el dolor que la escucha provoca en nuestros cuerpos y mentes, tomamos consciencia de su profundidad, del avasallador impacto de este ejercicio sobre otras personas.

De manera que hablar de nuestras emociones, amplía la conciencia de la realidad social.

Cuidar y cuidarnos es una elección clave para el acompañamiento, sobre todo desde una perspectiva feminista. Se trata de un posicionamiento político y ético que apuesta por el bienestar común y la salud integral colectiva.

El autocuidado es resistencia, porque encarna la creación de otras formas de relacionarnos en las que los afectos construyen vínculos y son el motor para otros mundos posibles en los que los derechos humanos constituyan una realidad para toda la población y se respete su dignidad y diversidad.

En conclusión, el cuidado colectivo podría ser la práctica social que nos permita romper las estructuras elementales de la violencia en las que se sustenta el sexismo, el racismo, el clasismo, la homofobia y la transfobia.

De esta manera, el autocuidado puede ser el inicio del trayecto para la búsqueda de una transformación estructural basada en los derechos humanos.

*Rita Segato, Las estructuras elementales de la violencia, Buenos Aires, Bernal, 2003, pp. 223-261.

**Quiceno, Japcy Margarita; Stefano Vinaccia Alpi, Burnout: ‘síndrome de quemarse en el trabajo (SQT)’. Acta Colombiana de Psicología, vol. 10, núm. 2, julio-diciembre, 2007, pp. 117-125.

Bibliografía

Quiceno, Japcy Margarita; Stefano Vinaccia Alpi, Burnout: ‘síndrome de quemarse en el trabajo (SQT)’.

Acta Colombiana de Psicología, vol. 10, núm. 2, julio-diciembre, 2007, pp. 117-125.

Segato, Rita. Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires, Bernal, 2003, p. 270.

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Bianca Pérez